Sunday, June 15, 2008

De vuelta al gris

Comenzó a llover y sintió lo que había sentido tantas otras veces: que le pertenecía. No importaba a donde fuera, cuan lejos o cuanto tiempo. Ella era suya y siempre sería así. Sonrió, sintiendo como un poco de paz se colaba en su dolor. Recorrió las calles de asfalto gris en las que la mayoría no sabía ver más allá del gentío y el ajetreo. Sin embargo, ella se iba llenando más y más de una calma extraña, una que sólo se siente cuando uno está a salvo, cuando uno está en casa. Daba igual que fuera el mundo se estuviese derrumbando o que ella misma no consiguiese juntar las piezas de sí misma.

Caminó por esas calles que conocía como las palmas de su mano. Se alegró de que el tiempo (lluvia y viento) acompañara sus sentimientos. No podía ser de otra manera.

Madrid. La ciudad que la mayoría mira sin ver. Le costaba creer que hubiera podido dejarla en el olvido. Y, aún así, siempre llegaba el momento de volver, a recuperar fuerzas, a curar las heridas. Y Madrid siempre estaba ahí, un lugar en el que refugiarse, al que pertenecer por derecho propio. Madrid, que siempre perdonaba el olvido y el desprecio y le devolvía las fuerzas que necesitaba.

Sí, había vuelto a casa y ni siquiera se había dado cuenta hasta entonces. Eso le proporcionó cierta paz pero seguía preguntándose, a pesar del viento y la lluvia, si también la curaría esta vez.

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